Parecía un fin de semana más de esos previos a las fiestas de fin de año, con paseos, compras de regalos, actividades recreativas, y múltiples preparativos para las cenas de camaradería, los casamientos y los cumpleaños que estaban programados para esa misma noche.
Después de otra jornada agobiante, que superó los 32 grados hasta desembocar en un típico aguacero de verano, había una especie de certeza generalizada de que la noche traería por fin el alivio de un descenso de la temperatura.
Los vecinos de Bahía Blanca saben bien que el clima local es muchas veces imprevisible, y se adaptan prácticamente a cada circunstancia con el estoicismo que da la experiencia.
Pero aquella tarde, en un instante, todo cambió para siempre.
“Se estaba acercando un frente frío bastante importante, que se contrapuso contra el clima tropical que se venía dando en gran parte de la provincia”, explicó días después Cintia Piccolo, licenciada en Ciencias Meteorológicas, investigadora superior del Conicet y profesora emérita de la Universidad Nacional del Sur.
“Ese enfrentamiento de las dos masas tan opuestas originó el aumento tan importante de viento, con velocidades superiores a los 150 kilómetros por hora. De hecho, en algunos lugares medimos casi 185”, reveló al portal La Nueva, todavía conmovida por lo sucedido.
En menos de media hora la ciudad quedó completamente deshecha e incomunicada: la turbonada arrancó techos, tanques de agua, árboles, postes, carteles, cables y todo aquello que pudiera ofrecer resistencia a las furiosas ráfagas. La electricidad, los servicios de telefonía y las conexiones de internet colapsaron, justo cuando la necesidad de información se volvió desesperante.
Lo peor, sin embargo, se sabría con el correr de los minutos.
Trece muertos
El nombre del club Bahiense del Norte comenzó a circular con insistencia en las pocas comunicaciones disponibles. Algo muy grave había sucedido durante la realización de un evento de patín, y cada nuevo mensaje traía datos más alarmantes. La tragedia empezaba a mostrar su verdadero rostro.
Hacia las 20.00 las noticias sobre el temporal ocupaban el centro de la escena de todos los canales de noticias del país y desbordaban las portadas de todos los diarios online, incluso internacionales. Se hablaba de víctimas fatales, heridos y desaparecidos, de destrozos, pérdidas y evacuaciones, de desastre, de miedo y de dolor.
“Es una catástrofe”, admitió el municipio en un comunicado oficial a través de sus redes sociales.
La llegada de la noche no hizo más que profundizar la sensación de desamparo. Fueron horas larguísimas a la luz de las velas, con radios a pilas tratando de sintonizar alguna transmisión que explicara lo que estaba pasando, mientras los patrulleros, las ambulancias y las autobombas cruzaban como podían de una punta a la otra de la ciudad socorriendo toda clase de emergencias. Esa madrugada nadie pudo dormir.
Amanece que no es poco
En una macabra ironía, el cielo del domingo 17 amaneció como una postal soleada, límpida, luminosa, sin una sola nube. Pero era una falacia. Lo verdadero estaba sucediendo en las calles, que parecían detonadas, con autos destrozados, árboles arrancados, vidrios estallados, cables de media tensión tirados por todas partes e incontables daños, como si la ciudad hubiera sido bombardeada por un ejército invisible.
Para ese momento ya se conocían los primeros detalles y nombres del fatídico derrumbe en el gimnasio de Bahiense del Norte y también que el presidente Javier Milei, quien había asumido apenas una semana atrás, estaba por llegar a la ciudad para coordinar la asistencia ante la crisis.
En medio de los gestos de solidaridad con los damnificados y de las numerosas versiones sobre la real magnitud del desastre, se podía percibir claramente cómo el temor y la tristeza lo cubrían todo, como pocas veces se había visto hasta entonces.
Hoy se cumplen dos años de uno de los episodios más dramáticos en la historia de Bahía Blanca, que se llevó las vidas de 13 vecinos. Y la herida no sólo sigue abierta, sino que aún faltan muchas respuestas para los pedidos de Justicia de las familias y los amigos de las víctimas.
Desde entonces ya nada es igual.